Mónica, una niña de 15 años ha fallecido después de suicidarse en su casa ahorcándose. Sufría acoso y violencia escolar según su familia, desde hacía más de 2 años. Lo último, antes muerta que volver a sufrir todo ese horror….
Las autoridades educativas tirando durante todo ese tiempo balones fuera. Nada nuevo.
Las víctimas del acoso y la violencia escolar se encuentran solas, desasistidas, destruidas y con terror a volver al lugar en el que sufren en silencio. Todos se muestran indiferentes ante su suerte.
Esta actitud indiferente que hemos denominado como fenómeno de los “testigos mudos” es la que las víctimas encuentran especialmente lesiva y psicológicamente demoledora por suponer el abandono social en un momento esencial y crucial en que el apoyo de los miembros más significativos de su entorno resulta imprescindible.
Este abandono es un determinante definitivo en el establecimiento y en la cronificación del daño psicológico que sigue a los procesos de victimización en los casos de acoso escolar. En especial el abandono de los responsables de garantizar que el niño vaya al colegio libre de acoso, violencia e intimidación.
En nuestro recorrido explicativo del panorama devastador de la violencia es necesario detenerse y explicar el terrible fenómeno psicológico que consiste en el desarrollo de una especie de «síndrome de no va conmigo” que transforma a los testigos de la violencia, en seres indiferentes e indolentes ante el sufrimiento del otro, y que los convierte en auténticos “testigos mudos”.
Los ejemplos de la indiferencia y del síndrome de “no va conmigosíndrome del apestado” abundan por doquier en todas los tipos de violencia que hemos podido estudiar detenidamente en los últimos años.
Así, las mujeres (y también más frecuentemente de lo que se suele presentar, los hombres) que son víctimas del maltrato doméstico sufren habitualmente éste en medio del silencio sepulcral de unos vecinos que callan ante lo que ven o escuchan a diario.
Las víctimas de mobbing o acoso psicológico en el trabajo sufren el apartamiento progresivo y creciente de todos a su alrededor (síndrome del apestado) y se encuentran con que sus compañeros de trabajo miran a otro lado ante el acoso psicológico y la persecución laboral que padecen.
Los niños víctimas de la violencia y el acoso escolar sufren en sus colegios e institutos la total indiferencia de otros compañeros, la de sus profesores, y como acabamos de constatar una vez más en el caso de Ciudad Real, la de los responsables educativos (directores, orientadores, tutores), quienes, a pesar de que son los garantes de su seguridad e integridad, se suelen mantener al margen con una pasividad pasmosa, que además justifican o racionalizan de diferentes formas, y que termina resultando nociva y decisiva para que el daño psicológico se instale en los niños victimizados.
En general, las víctimas de las diferentes formas de violencia de nuestra sociedad padecen este recursivo subproducto de la violencia: la indiferencia ante ella de sus testigos. La transformación de éstos en auténticos testigos mudos.